All inclusive (parte 1)

A Loscri, el ex boticario, le pasó algo curioso. Despedido de la farmacia en la que había trabajado treinta años por haberse descubierto su oscuro método para cortejar a las Damas del Pami, el infalible "un Anaflex por un beso", andaba desempleado y con algún apuro. Después de una semana en la que quemó su indemnización en temporadas de Brigada Cola y cantidades industriales de yerba sin palo, decidió cortar por lo sano y salir a buscar laburo. Le fue abiertamente mal, no podía hacerles entender a los entrevistadores que las experiencias que figuraban en su currículum eran todas aquellas en las que no quería reincidir, y no al revés. En cambió, ellas, las oscuras sabuesos de Recursos Humanos, sentenciaban "farmacéutico, campeón de karting, levantador de quiniela clandestina, muy interesante...". Con muchas más promesas de volver a ser contactado por los empleadores que esperanza, salió disparado a la calle, resignado a vender el póster de la Doctora Guinda que calentaba en el sobaco.

Ya íba cinco cuadras, cuando le pasó aquello que cambiaría su vida. Un hombre oscuro, del que sólo pudo retener su apellido, Fanacoa, y un tremendo aliento a bajo-puente (¿túnel se dice?), estiró su mano desde la última ventana del 60 y puso en su mano un Guaymallén de chocolate y un boleto que identificó como una estadía por una semana en un hotel All Inclusive con vista al río, que rezaba "Vení y dejá que te tratemos como Vos te lo merecés" (en verdad, no se dio por aludido; bien se sabía un engrupidor de ancianas). "No está mal" penso (bien podría haber dicho que lo que le estaba pasando estaba muy bien); "Sarandí, aquí nomás, podré conocer al otro hincha de Arsenal, al fin!".

Empacó apuradísimo y se trepó al 129, distraído el hombre, en calzoncillos. Por lo demás, no se hizo problema el bueno de Loscri, pues si hablamos de un All Inclusive, se dijo, no tendrán problemas en proporcionarme unos suaves pinzados.

CONTINUARÁ...