miércoles, 10 de agosto de 2011

Réquiem para una morocha

Me voy a ahorrar la torpeza de darte el nombre -además, bien bien no me lo acuerdo. Es decir, no me lo acuerdo-. Cuánto más vas a entender, Sanabria, si te digo que era una de esas morochas que hacen bajar el stock de Brahma de cualquier barcito y, por ende, subir su producción (por eso supuse que era brasilera; ahí nomás metí uno de Caetano Veloso en la Rockola y la saludé de lejos "como vai vose"; me miró raro: "bien, flaco"). De esas morochas que te vuelven medio versero, por las que engrosás tu pasaporte en una sola noche sin salir del barrio y, si te apura, hasta jugaste en la reserva de San Miguel algunos partidos, antes de la clásica lesión. De manual, Sanabria, de manual.

Yo estaba sentado solo, en la barra, cuando la ví. Apuré la Liberty, hasta el final, y me hice el que revisava los mensajes del beeper -mala idea: no tenía ni mensajes ni beeper, así que le sonreí a mi mano izquierda un par de segundos, discretamente-. Que me miraba, me miraba. Es cierto, por otro lado, que en ese entonces yo usaba el pelo a lo antena de TV, que ya no estaba de moda, y que, para aparentar más "brasilidad", me había sacado la remera de Virus, quedándome en cueros y descalzo, arremangándome los vaqueros. Haciéndome el distraído, me pegué el bigote postizo que siempre llevo en el bolsillo, justo cuando la tuve enfrente. Entonces puse la voz infalible, la Chicho Serna, ¿viste?, y frunciendo las cejas con gesto de empresario, deslicé: "Tal vez te acuerdes de mí, morocha. Soy el que llevó el adaptador para conectar los parlantes en el fiestón de la sobrina de Ova Sabatini, cuando toco el ex bajista de El Símbolo...". Por ahí se me rió en la cara, de nerviosa nomás, viste. Después me preguntó la edad. "¿Te parece, morocha, andar con esas burocracias a esta altura de tu vida?". Para sacarla del apuro, aproveché que en la Rockola sonaba "Auto Rojo" y arranqué con mi paso de cabecera, el del Gaucho Jugando al Daytona, y la mina casi se muere de la emoción. Llamó a las amigas, hasta fotos me sacaron. Estaba de buenas. "Viste, morocha, como muevo el esqueleto. ".

Al rato, me jugué. "Mi Renoleta está recién lavada, hermosa. Cuando gustes podemos ir a dar unas vueltas por La Rambla; conozco al vendedor de cubanitos y podemos llevarnos la docena a un precio que es una bicoca". La mina ni enterada de que el dueño de la Renoleta sos vos, Sanabria; menos de que el vendedor de cubanitos había sido yo. Así que imaginate que ni noticias tenía de que yo estoy muerto, Sanabria, que me mandaron de la "central" a buscarla; que le había llegado "la hora", que había sacado "el boleto", que se le había acabado "la nafta", o había paro de petroleros, o el tanque estaba pinchado... Se moría, Sanabria, eso era todo.


Fue la elocuencia hecha mujer: "Escuchame, monigote, con vos no quiero saber nada, pero mis amigas me dejaron y no tengo para un taxi. Alcanzame, querés, hasta la parada, y te pido por favor que no abras la boca en todo el viaje". Yo, de pillo nomás, cacé la indirecta y enganchando el pasacasete (un Philco tenés, Sanabria, qué lujo) puse a sonar un compilado con los últimos de Lerner que siempre llevo en el bolsillo, al lado del bigote.


En eso, ya viajando, se acordó de mí, me miró de arriba a abajo y dijo "pero si vos sos Alberto... Vos estás muerto, desubicado". Le retruqué "No me digas... Muerto puede ser, morocha, desubicado también, pero Alberto no, mi nombre era Liberto; agarrate que hasta la "central" no paramos. Y, morocha, aflojá, dejame un cubanito".

No paraba de lastrar -es la ansiedad, me dijo, uno no muere a diario-. Parece que le habían gustado. Pero entonces se puso a atar cabos (unos que salían de la guantera), y mientras, se ve que fue maquinando, la de los cuentos de hadas, viste, la del beso que te salva de la muerte, y se me tiró encima, la muy turra. Yo qué iba a hacer, Sanabria, en la "central" estaba todo tan seco... Una más, una menos, al Jefe no le iba cambiar la vida.


De ahí en más, me fui quedando, viste. Me le escapaba al Jefe para no tener que subir otra vez. Me disfrazaba o me quedaba en lo de la morocha guardado por semanas, y los sábados me iba para el barcito; me gastaba las chirolas en la Rockola. Tenía un Sega, Sanabria, podés creer la suerte que tuve. Ella feliz, viste, era o yo, los cubanitos y la vida; o nadie, la muerte y la lija. Dos más dos... ¡Cuatro! ¡Cómo tres, Sanabria...!

Un día, un día cualquiera, se enamoró, me dijo. Viste cómo es. Me dijo que subía, que no tenía problema, que dos allá arriba eran como dos acá abajo y que en realidad venía un poco cansada del trabajo; que acá se aburría y que no era tan grave, que no era la muerte de nadie. Casi la corrijo: ¿Quién le había dicho que le tocaba ir para arriba? Cómo son, Sanabria. Masí, pensé. No; maní, maní pensé. Antes de irme quería comprarme una bolsa de pelado y salado; en la "central" escaseaba. Había hecho las valijas y se había empilchado, la morocha. Ésta me quiere cachar, me dije. Ya veía por dónde venía la mano: los cubanitos se acababan, ella no era la de antaño y se venía un impuestazo; además, la había visto recortar unas fotos de una revista viejísima, y me había parecido escucharla hablar de no sé qué buen mozo de la década del veinte. Avivada de los de arriba y conciente de la seca que corría por allá, le había echado el ojo a otro espectro, la ingrata...

Me quería dejar sin Sega, sin Liberty y sin "Auto Rojo" los sábados, Sanabria. Encima, de vuelta a la "central": planillas, sellos, formularios... La pensé dos minutos. Mientras, ella entornaba los ojos, ansiosa, con sonrisa compradora y las llaves de la Renoleta en la mano. Largué el joystick y, poniéndole la voz infalible, la del Chicho Serna, viste, le canté: "Pará, morocha, qué pasó... Mirá que yo estoy para unos besos nomás, eh...".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

treeemenda!!

Anónimo dijo...

Geniaaal peeterrr, GENIAL! ya se eextrañaban las notas de npp

Anónimo dijo...

muy bueno